De glaciar a ácido: cómo el cambio climático transforma los lagos en la Cordillera Blanca
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En lo alto de la Cordillera Blanca, el deshielo está transformando algo más que el paisaje. A medida que los glaciares retroceden, dejan al descubierto un suelo que no había respirado aire en miles de años. En esa superficie expuesta, las rocas sulfurosas reaccionan con el oxígeno y la humedad, generando compuestos ácidos y liberando metales como plomo, arsénico, cadmio e hierro, que viajan hacia los lagos altoandinos y modifican su pH.
En la Semana Internacional para la Prevención de la Intoxicación por Plomo, compartimos una investigación en la que participó el Dr. Raúl Loayza-Muro, jefe de la carrera de Biología y coordinador del Laboratorio de Ecotoxicología de Cayetano Heredia, que revela cómo el impacto del deshielo va más allá de la pérdida de agua: está transformando la química de los ecosistemas acuáticos que sostienen la vida en las montañas.

Un satélite clave para investigar
El estudio utilizó imágenes satelitales del programa Landsat 8, que permiten observar cambios en el color y la reflectancia del agua imposibles de detectar a simple vista. Analizando registros tomados a lo largo de varios años, el equipo identificó señales claras de acidificación en lagos situados entre los 4 000 y 5 000 metros de altitud.
El objetivo fue desarrollar y validar un método satelital simple para identificar y monitorear lagos altamente ácidos (con un pH menor a 4) en la Cordillera Blanca, y relacionar su acidez con la exposición de la Formación Chicama, una unidad geológica rica en sulfuros que queda al descubierto con el retroceso glaciar.
Los resultados mostraron un patrón constante: cuanto mayor es el retroceso del hielo, mayor es la probabilidad de acidificación. Los lagos con más de 60 hectáreas de roca sulfurosa expuesta presentan una caída significativa del pH, un umbral que los investigadores consideran un punto crítico de alerta ambiental.

Acidificación que cambia vidas
La acidificación del agua altera la biodiversidad de los lagos, afecta microorganismos, algas y peces, y compromete la calidad del agua que desciende hacia los ríos y valles agrícolas. En las zonas altoandinas, donde el agua de deshielo sostiene la agricultura y el consumo doméstico, estas transformaciones representan un riesgo ambiental y comunitario.
“Cada hectárea de hielo que se derrite expone más superficie reactiva, y cada cambio en el color del agua es una alerta temprana”, señalan los autores. La investigación demuestra que la ciencia puede ofrecer herramientas prácticas para anticipar impactos y guiar la gestión del agua y la biodiversidad en los Andes peruanos.

Mirar desde el cielo para proteger la tierra
El satélite Landsat 8 orbita la Tierra cada 16 días, generando un registro continuo del cambio en la superficie terrestre. Esa frecuencia permite crear series históricas y proyectar tendencias. En regiones donde las estaciones de monitoreo son escasas o de difícil acceso, la teledetección se convierte en un instrumento indispensable para detectar transformaciones invisibles y actuar a tiempo.
En la Cordillera Blanca, esta combinación de ciencia y tecnología abre una nueva manera de entender el cambio climático desde la alteración silenciosa de la química del agua. El retroceso glaciar ya no es solo una historia de hielo que desaparece, sino de aguas que cambian y comunidades que deben adaptarse. Vigilar esas señales será clave para proteger los ecosistemas que sostienen la vida en los Andes.
Conoce más de la investigación en el artículo “Identifying acid lakes and associated rock exposure in glacial retreat zones in the Peruvian Andes using Landsat 8 imagery”.
Además, puedes leer la infografía divulgativa dando click aquí.
Nota elaborada por Francisco Vidal, Oficina de Promoción de la Investigación – DUPGICT









